Sara,
cuya personalidad se basa principalmente en la ternura, había empezado a
hacerlo en Francia, más precisamente en la pequeña ciudad donde ha estado
durante su último año universitario, Nancy. Había trabajado mucho tiempo en un
proyecto donde unía el arte con la naturaleza, explorando con la fotografía, la
pintura y las instalaciones. La idea seguramente debió llegarle mientras fijaba
un punto en la pared, en forma de imagen viva que primero habrá dibujado para
luego ponerse manos a la obra.
Este
domingo fuimos a la Feria del Libro, en Madrid, y a ella se le ocurrió que
podría volver a intentarlo, y así hicimos. Escogimos un árbol que fuera grande
y estuviese en una posición estratégica, que pudiera ser visto por todos, y nos
sentamos en la tierra para que Sara terminase de preparar los dibujos mientras
poníamos hilos en los que ya estaban acabados y los comenzamos a colgar.
Después
Sara hizo un gran cartel para que la gente pudiera entender de qué se trataba y
lo amarró en el tronco del árbol.
Nos
quedamos allí sentados, yo con mi cámara de fotos, Federica mirando a la gente
pasar y Sara entregada sus dibujos. Poco a poco, la gente que veía desde lejos
aquel árbol, se detuvo, se acercó, muy poco a poco, tímidos y sonrientes,
sospechando de ser víctimas primero de una estafa y después de una broma, para
luego, ya en medio de los frutos que colgaban del árbol, revisar cada uno y
elegir el dibujo que preferían. Los niños corrían y miraban todos, gritaban a
sus padres que eran gratis, que eran dibujos gratis ahí mismo, en ese árbol,
que podían tomar el que quisieran, y los padres, incrédulos, terriblemente
adultos, que no, que dejaran eso, que no se acercaran, que no toquen nada, cómo
van a poder ser gratis, eso es de alguien, todo tiene un dueño, nada es gratis
en esta vida pero ah no, que sí son gratis, ¿son gratis?, ¿podemos agarrar el
que sea? Que sí, mamá, que son gratis, mira lo que dice el cartel y yo quiero
éste, soy una cereza, dice, dice soyunacereza y dice que puedo llevármelo, dice
aquí puedes llevártelo firmado por Sara Fratini, así que me lo puedo llevar,
pues nada, si dice que es gratis, a lo mejor sí te lo puedes llevar.
Era
sorprendente ver cómo los niños comprendían con total naturalidad aquel
proyecto, sin ponerse dudas al respecto más allá de cuál dibujo elegir, y en
contraste los adultos escandalizados de que fueran dibujos gratis, porque nadie
regala nada en la vida y como poco a poco, llevados por sus niños, se
adentraban en el juego, sonrientes, alegres, cómplices de recoger la cosecha del
árbol de los dibujos.
Hace
muchos años mi amigo Pedro Bernárdez y yo tuvimos una idea similar: ebrios de
entusiasmo por la lectura, habíamos considerado colgar libros de un árbol en
Venezuela, de un gran araguaney, para que la gente pudiera agarrarlos sin pagar
nada, por la pura delicia de leer, y así acercar a gente, de todas las edades,
a la lectura, sin ningún prejuicio. Algún día me gustaría hacerlo con Piedra de
Mar, de Pancho Massiani, que es una novela bellísima para empezar a enamorarse
de la lectura y encontrar otro tipo de cariño por Caracas.
Proyectos
así parecen infantiles y ridículos, para algunos más desesperanzados, pero son
precisamente estas iniciativas las que mejoran nuestra calidad de vida, porque
nos regalan alegría y la esperanza de que todavía hay bondad entre los seres
humanos, una bondad y una alegría que necesitamos siempre, sin importar lo que
esté ocurriendo, y más aún en los momentos grises. El arma más destructiva
contra la violencia y el odio es el amor, en cualquiera de sus formas, y mucho
más cuando está lleno de juego, porque recobrar la inocencia es un bien, tanto
para los adultos que la abandonaron como para los niños que no han podido
vivirla. Todas las sociedades deben dar materia prima para los sueños y esto
tiene que empezar por nosotros mismos.
Mientras
tanto, seguimos de ciudad en ciudad regalando dibujos de este lado del charco,
coleccionando sonrisas de los demás.
Más sobre el trabajo de Sara Fratini: http://www.facebook.com/sarafra
Giulio
Vita
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