Hace poco volví de Madrid. Pasé menos de una semana en esa ciudad tan querida y tuve la suerte de coincidir con las fiestas de San Isidro y volver a emborracharme en Malasaña en medio de unos muchachos que habían organizado un Combate Poético, entre risas y eminencia, gritando sus poemas, uno por uno, verso a verso. Fue muy bonito por aquello del alma de las ciudades, esas cosas que tienen aunque pasen los años gracias a su gente y probablemente algo en la arquitectura.
Sin embargo, no fue una visita del todo placentera. Hubo algo de volver al pasado que me entristeció, culpa de una sobrecarga emocional por ver a tantos viejos amigos y por encontrar a la ciudad en decadencia, con tantos detalles tristes. El que más me afectó fue la estación Callao empapelada con la publicidad de la última película de Hollywood El Gran Gatsby. En los últimos meses de mi vida madrileña ya había podido ver lo que se acercaba con la estación Sol convertida de pies a cabeza en anuncio del Samsung Galaxy. Parece una tontería pero lo que me afectó fue sobre todo lo que significa, el hecho de que las decisiones políticas basadas en el aprovechamiento del otro metan en un país que había logrado tantos derechos sociales, como España, el pensamiento inoportuno de que todo en la vida puede comprarse, desde una estación de metro por unos días, al punto de poder cambiarle el nombre a una estación de metro. Parece una tontería pero me entran escalofríos al pensar en Madrid convertida en Tokyo o New York, llena de luces brillantes y anuncios tamaño Godzilla. A eso se le sumó la baja calidad del metro de Madrid, para mí uno de los mejores del mundo. Cuando yo vivía allí (no hace tanto) los trenes pasaban con intervalos de dos y tres minutos como mucho. Ahora llegué a esperar hasta ocho minutos en pleno día y en mi ruta de siempre. Lo triste es que las leyes de la economía, cuando no son administradas con juicio y pensando en el bien común, dictan medidas convenientes para pocos sobre el sacrificio de muchos. Con menos teoría: la imagen del metro con anuncios hasta en el techo y los metros llegando en intervalos de hasta diez minutos porque la gente se ha acostumbrado. Y es allí donde quiero llegar: la capacidad de acostumbrarse, el letargo de una sociedad que no está ausente porque sigue en la calle, molesta, peleando, pero mientras tanto se destruyen alrededor derechos ciudadanos como los de tener un metro libre de publicidad y rápido, o por lo menos moderación para no ir de tirapiedras. Por lo menos no permitir que pueda venderse la dignidad, que no pueda negociarse el nombre de una estación ni de una calle. Es una tontería, sí, pero esos nombres fueron ganados, por hombres buenos y por hijos de puta, a fuerza de sudor, no de billetes.
Volver a España fue como acostarse con una ex-novia a la que ya no quieres, como cenar con un amigo de la infancia con el que ya no tienes nada en común ni te interesa, un necio esfuerzo por revivir cosas que no vuelven más. Claro que tuvo sus cosas buenas. Recordar hace bien siempre que nos cuidemos sobre la naturaleza de todo el asunto, con no engañarnos con las sirenas que nos trajeron hasta aquí.
Es muy duro no sentirse nunca en casa y que Madrid, ese lugar seguro, se esté cayendo por la necedad y el egoísmo. La vida en un pequeño pueblo no es tan excitante pero haber viajado también me reafirmó en mi decisión de haberme instalado aquí este año porque siento que estoy haciendo exactamente lo que quiero hacer y que no quiero volver a desperdiciar mi vida por una ciudad, una mujer, un amigo, un familiar, porque todo puede cambiar, hasta nosotros, y lo más importante es ser felices y trabajar por esa felicidad, y sí, de trabajo se trata cuando hablamos de construir. También la alegría lleva su empeño, no hay que engañarnos con la costumbre ni el letargo ni mucho menos la tranquilidad de los paraísos artificiales.
Estoy en un momento de frágiles convicciones y siento que a medida que pasa el tiempo, más se rompen, estoy harto de la política futbolera, esa de elegir un partido y ladrar, sin diálogos, estoy harto de hombres malos escondidos en ideales nobles, estoy harto de escuchar a charlatanes que no mueven un dedo cuando hay que hacerlo y mi querida Madrid me confirmó la necesidad de seguir en este barco que he construido para reparar un viejo cine y no adaptarme.
Giulio Vita
@elreytuqueque
El debate es importante y toda opinión cuenta. Puedes expresar la tuya en los comentarios.
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